DEJAR DE SER
FAROLA VEGETAL
El café de por la mañana no saciaba mi impaciencia, era uno de esos días en los que no sabes, si es mejor levantarte o jugar a imaginar que lo haces, mientras duermes. Así que, conforme me desperté, salí a pasear para ver si mi existencia se amansaba. Me detuve en un pequeño paisaje que conquistó mi atención, donde había un árbol.
Juraría que habría sido más facil convertirse en aquel áspero y robusto tronco para poder rasguñar a todo aquel que intentara malherirme las entrañas, que seguir siendo tan frágil de carne y hueso.
Juraría que hubiese sido mejor vivir como aquel árbol, tan libre y solitario... Tomando siempre el aire fresco e invitando a los pájaros en su paseo. Seguro que sí. Yo sabía que era mejor vivir como aquel árbol que seguir siendo yo, por eso estaba allí, frente a él.
Hasta los más secos y maltratados trigales, que lo rodeaban, lucían mejor que cualquiera de las ciudades que conozco. Con cimientos firmes en la Tierra, plantado en el mismo sitio, sí, pero rodeado del paraíso. Él no parecía sentirse inmóvil, más bien se sentía en su hogar. Sólo es un ser al que no le gustan las mudanzas y vive en consonancia con todo lo que le abraza.
El devenir de los años había partido muchas de sus ramas y la carga de sus frondosas copas inclinaba su alma hacia un solo hemisferio. Sus cicatrices y el color de la salvia reseca le daban aires de guerrero. Un ser auténtico, luchador, que sólo con su porte me dejó embelesado durante varios minutos, aunque para mí, fueron varias vidas.
Juraría, cada vez más, que hubiese sido mejor convertirse en aquel árbol, vivir a expensas del sol, mientras desfilan las nubes, en un palacio sin techo, con vistas a las estrellas. Tranquilo, sin más preocupación que mi respiración.
Mientras contemplaba los detalles de esas asimétricas figuras que lo hacían admirable, pensé que en realidad no éramos tan distintos... El tiempo también hacía mella en su impermeable armadura de leño, las cosas que daban sentido a su existencia, eran pequeñas y, sin duda, vivía como yo, catastróficamente condicionado por su entorno. No éramos tan distintos, pero yo, por alguna automática razón que brotaba en mi interior, quería seguir siendo él antes que yo.
De repente, sonó el teléfono. Aquella llamada puso en jaque todas mis dudas. Eras tú, mi mujer, mi esposa. No me dio tiempo a responder, pero tú ya habías resuelto todas mis preguntas, sin siquiera darte cuenta.
Juro que deseé vivir como aquel áspero y robusto tronco, pero me alegro de que no sea así. De haberme convertido en árbol, nunca te habría encontrado a ti.
PEDRO 2ºA
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