II EDICIÓN (2019)
PREMIO CATEGORÍA 3.A.
MI CASA PRESTADA
Como cada verano era de costumbre, mis hermanas y yo pasábamos largas temporadas en casa de mis abuelos, debido al exceso de trabajo de nuestros padres.
Allí vivimos de todo, momentos muy buenos, y otros, no tanto, como a continuación os detallo:
La casa de mis abuelos era grande, sobre todo las habitaciones, donde las camas no eran planas, sino que tenían montañas. Todavía recuerdo cómo mi abuela ahuecaba su lana, parecían las de los siete enanitos, una al lado de la otra, pero, en vez de siete, eran cinco.
La zona que más me gustaba era la cocina, donde mi abuela hacía la comida, siempre al fuego de leña. A la derecha de esta había un arco de piedra sin puerta que conducía hasta una estancia que nosotros llamábamos comedor, donde no había muebles, pero sí dos mesas, una grande y otra pequeña, con sillas de anea. Allí celebrábamos los cumpleaños, las Nochebuenas, en fin, todas las fiestas.
Al salir de la casa había un camino que se dirigía a la carretera y, al cruzarla, justo en frente, la casa de los vecinos de mi abuela. Esta era más grande y elegante que la nuestra, ¡hasta tenía jardín y piscina! allí también pasaban las vacaciones nuestros amigos, los nietos de la vecina. Nuestros abuelos nos prohibían ir a menudo pues no querían que molestásemos a los señores, como ellos les decían.
A la derecha había una rambla y, entre esta y la casa, una reguera. Al lado contrario, en la parte izquierda, inmensos parrales con uvas de mesa que mis abuelo trabajaba cuidando sus tierras, quedando en la parte trasera una balsa rodeada de hierba.
Un mediodía de agosto, sobre las tres y cuarto, con un calor de espanto, mi hermana, trece meses menor que yo, me propuso salir a jugar, cómo no, al escondite. Siempre se la quedaba ella, pues su forma de esconderse era muy peculiar, lo hacía en el mismo lugar. Cuando me aproximaba a ella decía: "caliente, caliente" y si me alejaba, decía: "frío, frío". Su voz se escuchaba por el viento este, era muy fácil de localizar. Como la idea había sido suya, empezamos quedándomela yo.
"Un, dos, tres: el que no se haya escondido tiempo ha tenido", esas eran mis palabras, cuando, de repente, ¡todo cambió! Su voz no venía del viento este, si no del oeste, sus palabras no eran claras, si no entrecortadas, decían: "¡cali, cali!", hasta que dejaron de sonar. un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, reaccionando de inmediato, dirigiéndome hacia el lado oeste. Cuando pude divisar su rostro, mis ojos no daban crédito ante tal observación, en menos de un segundo la vi pasar a la velocidad de la luz, la corriente la arrastraba. Empecé a correr para alcanzarla, pero me resultaba imposible, cada vez se alejaba más y más rápido. El recorrido al lado de la reguera se me hacía interminable, estaba a punto de desembocar en la balsa junto al agua sobrante del riego, cuando, ya muy cerca del precipicio, logré, no sé cómo, cogerla de los pelos, recorriendo con ella unos cuantos metros más hasta que pude detener su peso y el mío. Creo que no fue la fuerza, pues carecía de ella, fue el nervio que sentí correr a borbotones por mis venas. Cuando logré sacarla de ahí, no respiraba y entré en la casa gritando con ella en brazos: "abuelito, abuelito, ¡ayuda a mi hermana!". Me la quitó de los brazos, la dejó en el suelo y, mi tío, que dormía la siesta, ante tal alboroto, salió de su cuarto, se arrodilló a su lado y empezó a empujarle el pecho hacia abajo con sus manos, contando hasta cinco y repitiendo la escena. No podía soportarlo, quería pegarle, no entendía por qué lo hacía, sentía una amargura inexplicable. Me salí de allí quedándome sentada en una piedra, mis piernas no respondían ni paraban de temblar, las lágrimas me salían sin cesar, mi mente repetía una y otra vez las imágenes vividas... Me llamaban sin cesar, pero yo, yo no podía, hasta que fue mi hermana quien salió en mi busca.
Diez años más tarde:
La cocina sigue igual, de lo de más no queda nada. Los vecinos lujosos eran los dueños de las tierras y mis abuelos los que las trabajaban. Cuando murieron, nos despojaron de allí. Dicen mis padres que de forma justa, pero yo no lo creo. De lo que sí estoy segura es que mi mente jamás olvidará los momentos vividos en mi casa prestada.
Isabel 2º ESPA B
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